30 de noviembre de 2006

El placer enfermo de los dioses

Las hojas que descienden desde el cielo cortan mis venas secas,
desgarran la piel entre momentos y delirios,
me convierten en un árbol antiguo que no florece ni se ve,
en un bulto sin forma, árido, decadente, desenfrenado en su mirar.

Incluso el viento en sus caricias desgarra la cáscara que cubren mis huesos,
el holocausto personal con el cual debe lidiar cada hombre,
cada criatura que siente con el todo de su alma,
el todo absoluto de su agonizante corazón.

La lluvia podría en este momento salvar las ruinas de mi cuerpo,
una tormenta podría nutrir el desamparo de estos ojos,
que no tienen sal para llorar,
ni siquiera sangre que desgarrar en su mirar.

El polvo me invita a ser parte de él,
dioses observan pacientes el espectáculo,
la obra perfecta para que sus ojos se llenen de admiración,
el momento ideal para reír ante la mortalidad de sus creaciones.

Si no tuviera la certeza que podría morir entonces la lucha cesaría,
dejaría que el desgan ganase la batalla, la guerra,
la guerra que vivimos día a día los mortales,
el diario agonizar de nuestros anhelos.

¿De qué nos sirve las virtudes si estas mueren en cuatro paredes desoladas?
Cobijándose entre circunstancias que matan el alma,
alimentándose de una esperanza que no les corresponde,
caminando de un lado a otro como si de pronto la puerta se abriera y ofreciera una solución.

La magia de la vida se me va en cada segundo de los dedos,
pero hay razones por las cuales vivir y desafiar a los dioses en sus risas de poder,
el anhelo muere entre cuatro paredes solo para después elevarse al infierno y resucitar,
volver a la existencia y caminar no en círculos, sino en línea recta hacia su verdad.

La verdad que esconde la primavera tras su mar infinito de detalles,
el frenesí enfermo que provoca el amor en sus días suaves y extremos,
frenesí que admiran las estrellas desde el infinito,
el infinito inmortal que provoca la verdad, el aliento perfecto que emana de tu corazón.

El letargo seco pronto terminara y los dioses me odiaran,
mis venas se teñirán de rojo y mis ojos de sal,
el holocausto quedara congelado, quedara mudo ante mi mortalidad,
la mortalidad de dos almas que se elevan juntas entre el universo y su enferma eternidad.



Vampiroscuro
24/10/2006

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