16 de febrero de 2007

Llanto bajo la luna

0 comentarios

El destino es una montaña rusa de exquisitos hechos que hacen miserable la vida,
la vida a su vez, un laberinto lleno de puertas, de parajes hermosos, de paisajes desolados,
las puertas se tornan sobre nuestros ojos y solo podemos observarlas un momento para elegir,
aún cuando nuestras miradas son sinceras las puertas también se abren ante los dedos de los otros.

Entonces es cuando vemos entrar por ellas el odio,
la malicia también sincera de almas desgarradas por el amor listas para atormentar,
para sepultar nuestras almas entre palas frías e indulgentes,
entre abismos sin fondo, sepultándonos en un espacio que se dibuja hacia abajo.

Así es como vemos caer nuestros propios anhelos sin poder, sin querer hacer algo,
entregados a la miseria de ser oprimidos por su existencia,
talvez inconcientes, talvez arrepentidos,
pero siempre sinceros tras cada puñalada capaz de rebanar lenta el corazón.

Y entonces nos preguntamos de que sirve mirar ahora la luna hermosa que adorna la noche,
esa que nos ahoga entre lágrimas injustas y descalibradas,
nos preguntamos de que nos sirve ahora ese brillo que gobierna las estrellas,
ese mismo que nos maravilla, pero que es incapaz de privarnos de la angustia.

Así nos volvemos esculturas de algún antiguo cementerio,
esculpidos sin detalle y dejados allí pudriéndonos entre el musgo y el agua contaminada,
cadáveres olvidados incluso por los muertos,
deseando un rayo caiga del cielo para partir la piedra en dos.

El parque de diversiones perverso entonces se adueña de nuestra existencia,
de nuestra novela, el melodrama de almas que solo desean vagar tranquilas,
gritamos al cielo desesperados, sin saliva en nuestros labios,
y luego tomamos nuestra cabeza entre sollozos entendibles solo por la incomprensión que nos domina.

Queremos con el corazón en la mano ser rosas que se abren cada amanecer al sol,
árboles que se bañan desnudos y libres bajo la lluvia sanadora del invierno,
ser aves que disfrutan y saludan cada tarde hasta el mas débil de los vientos,
hojas de otoño que caen desde el cielo con la esperanza de morir en las manos del ser amado.

Pero la inconciencia de aquellos que nos abandonan destruye cada pétalo entre sus manos,
tala cada árbol sepultándolo bajo las lágrimas incesables del cielo,
invoca tempestades para quebrar nuestras alas y dejarnos así caer como rocas sobre el mar,
cierra la palma de su mano para quebrantar cada espacio de las hojas ya muertas.

Nos convertimos en victimas de lo que alguna vez construimos entre palabras hermosas,
victimas de lo que entre lágrimas amargas destruimos inocentes y sin muchas opciones,
las fuerzas nos abandonan, no nos podemos levantar, no nos queremos levantar,
solo resta sollozar y admirar, sollozar y reflexionar, sollozar y dejar nuestra alma fallecer en paz.

Dejarnos dominar por aquel brillo que nos cubre sincero en lo alto de las montañas,
dejar que la lluvia caiga sobre nuestras mejillas desgarrando pura la inmundicia de la pie,
Dejarnos quedar allí tendidos como marionetas de un teatro callejero que brinda la última función,
dejar que los hilos nos dominen, dejando que el tiempo transcurra como mejor se le plaza hacerlo,
dejar, dejar que los ojos se sequen, dejar que la noche termine para así simplemente caminar y no pensar,
caminar y no pensar, caminar y no sentir, caminar y simplemente caminar…

El rayo cae y entonces el alma se parte en dos…

Vampiroscuro…
30/01/07

15 de febrero de 2007

La Cruz de Oro - Cap. V

0 comentarios

La cruz de oro
Cap. V: El valle de la Luna


Sus alas apenas podían sostener las gotas de sangre que caían como aves en picada desde la cruz,
soportando ya casi inertes el dolor de aquellos picos líquidos y espesos.
Sin embargo el deseo de su alma lo elevo hasta quien lo mantuvo vivo tantos siglos,
rehusándose a morir, rehusándose a simplemente arrodillarse y dejarse caer.

Sus brazos se afirmaron como rocas recién pulidas por su escultor y se elevaron fuertes,
por sus contornos corrían ríos de sangre y palpitaba en cada herida un pequeño ingrato corazón.
Pero nada importaba, nada era suficiente para impedirle volver a palpar aquel rostro suave y tibio,
nada era suficiente para evitar congelar su mente y evitar así el sufrimiento de su cuerpo atormentado.

Un último grito se escucho en lo mas alto del cielo y en lo mas bajo del infierno,
lleno de escalofríos y enloqueció el alma de todos quienes lo escucharon,
entonces una cascada de plumas blancas con manchas rojas descendió desde las alturas,
y él, orgulloso hizo mover cada unos de sus dedos para aferrarla entre sus brazos.

El cuerpo de su ángel se dejo caer agonizante en ellos, sobre su rostro, encima de su cuerpo,
la sangre divina y la sangre del pecador se mezclaron como dos pequeños canales para descender sobre la cruz,
aquel lago angustioso y deprimente que ato sus almas entre días sin comienzo ni fin,
y como el mas ardiente de los fuegos quemo con cada gota la cruz partiéndola en fragmentos.

Los pedazos de aquel lago donde se bañaron los impuros cayeron ordenados uno tras otro,
sobre la roca se fundieron mezclándose y vaporizándose con la sangre allí caída.

Mientras la sostenía, dos ángeles y dos demonios los rodearon,
ni él, ni ella los miraron,
sobre el tablero la jugada estaba ya preparada,
no había forma de cambiar las piezas sobre el ajedrez.

Las nubes miraron la escena y conmovidas lloraron,
la lluvia cubrió el lugar, los cabellos del demonio se pegaron a él como los de un corcel bajo una cascada,
levanto su mirada profunda y calida y sobre las nubes vio su última esperanza,
los valles de las leyendas de los antiguos se dibujaban en su mente.

Dos ángeles levantaron sus arcos y apuntaron sus flechas,
dos demonios empuñaron sus espadas y prepararon sus pies para la carrera.

Ella miro a su demonio y en sus ojos vio el imposible de su deseo,
se aferro a su pecho y con las pocas fuerzas que le quedaban lo abrazo complaciente,
las alas del demonio por un segundo se desplomaron muertas como hojas de otoño,
sus brazos y piernas se abrieron repentinas y fuertes como un volcán que hace erupción sin previo temblor.

Las flechas salieron del arco rápidas como una gacela,
precisas como un búho que se abalanza sobre su presa en la oscuridad de la noche.
Los pasos se encaminaron fuertes como los de una leona hambrienta,
mientras el filo de las espadas se preparaba a rebanar la carne ya rebanada.

Sin importar nada los amantes estuvieron listos para quemar la única y última esperanza,
ella lo abrazo con fuerza en el cuello y apoyo, con lágrimas en los ojos, la cabeza en su pecho,
las alas se batieron una vez con fuerza hacia delante llegando a envolver a ambos,
y al instante se batieron como nunca antes hacia atrás para comenzar el último vuelo.

Las flechas se cruzaron y dos corazones sagrados cayeron rendidos sobre la sangre y oro fundido,
los filos se perdieron y atraparon en dos corazones fuertes que jamás volvieron a latir.
Dos ángeles y dos demonios cayeron en silencio.

En el cielo una lluvia de plumas negras cubrió la tumba de los cuatro guerreros,
las nubes en el cielo sin siquiera pensarlo se vieron atravesadas por el amor fortuito de dos formas,
las estrellas se volvieron entonces fugaces para abrir paso al mar de lágrimas que los visitaba,
la luna, en lo mas alto de esta parte del universo, abrió sus brazos y extinguió su luz para darles la bienvenida.

Solo un cuarto de luna quedo alumbrando los parajes del teatro ahora muerto,
y las nubes orgullosas se interpusieron desafiantes dispuestas a impedir el paso.

El demonio cayo sobre la hierba verde y hermosa que deleitaba a sus agonizantes ojos,
al tiempo que hasta la última de sus plumas dibujaba el camino recorrido por aquel cielo,
de espalda sus brazos se abrieron sin fuerzas para dejarse caer suaves y cansados,
y entonces una ráfaga de viento elevo aquellos cabellos dorados de unicornio.

Ella levanto su cabeza moribunda mientras que las cuatro lunas hacían brillar el profundo de sus ojos,
cansada y preocupada la nivelo hasta la de su única y real esperanza,
y en un beso estremeció cada milímetro de las venas del demonio,
ilumino cada flor, cada árbol, cada fruto que allí los observaban mudos.

Las cuatro lunas como testigos dieron fe de lo que fue en la única luna desde aquel teatro vista, sucedió.

Los labios de él sonrieron y se dieron ánimos para levantarse y en sus brazos levantarla,
asombrado como un niño haciendo su sueño realidad dejo caer un par de lágrimas mágicas,
se acerco al oído de ella y susurro:
“Bienvenida a donde nadie nos podrá encontrar jamás, bienvenida al valle de las leyendas, el valle de la luna”

El beso mas hermoso y puro entonces deleito los ojos del universo entero,
las estrellas brillaron como jamás en toda una eternidad lo habían hecho.

Los seres en aquel mundo lejano, maravillados, deseaban seguir su propia historia y se negaban ir tras el milagro,
y los amantes, los amantes en aquel beso prohibido sellaron la bondad de su amor.

El valle de la luna con su esperanza se lleno de vida,
y sus corazones latieron inmortales,
las alas oscuras del demonio se mostraron hermosas mientras sostenía a su ángel,
las cuatro princesas iluminaron la oscuridad que eternamente han visto los hombres,
luciérnagas llenas de energía,
la reina nocturna por segundos llena de amor y armonía.

Entonces susurros de testigos se preguntaron allá muy lejos:
“Tendrás demonio la fuerza para en los confines del universo luchar herido una vez más por tu ángel moribunda?”

La noche aquí no conoce el transcurrir del tiempo y el demonio se deleita,
el canto de ángel aquí se escucha hermoso rompiendo el mas bello de los silencios jamás escuchado,
los besos son eternos, el amor prohibido de los amantes, infinito.

Vampiroscuro
26/01/07

5 de febrero de 2007

La Cruz de Oro - Cap. IV

0 comentarios

La Cruz de Oro
Capitulo IV: El Herrero, el escultor.

En tiempos lejanos, donde la vida apenas era una moribunda doncella perdida en la oscuridad,
el oro brillante y puro de los dioses fue concedido al herrero sin manos ni pies,
aquel encadenado sobre una pared de mármol,
con labios mudos y bellos cabellos amarillos como rayos del sol descendiendo por su faz.

Siempre quieto en el aire, el herrero de la mirada fría y abrigadora,
el herrero de las leyendas, de los cuentos jamás contados,
creaba con su mirada las obras ocultas junto a los tesoros de dioses y demonios,
la mirada prohibida que podía con el desenfreno del alma.

La tarea fue entregada en una carta de brillantes letras, de finas escrituras,
y el herrero en su desconsuelo comenzó a crear la tumba de los condenados,
la Cruz de Oro, el manjar mas hermoso y mortal nunca antes preparado,
el fin de la existencia para aquellos que nadan contra la corriente de aquel mundo lejano.

Con lagrimas el herrero pulió cada detalle,
sin brillo en sus ojos dibujo hermosas formas en el oro,
en momentos deseo tener pies y manos,
para caminar y poder romper entre puños la creación perversa.

Su tristeza saco un llanto de sangre el cual martillo finas y fuertes cadenas en los pies de la cruz,
la mejor obra para el peor de los propósitos,
ángeles y demonios rogando piedad al cielo adornaban los confines de la sustancia brillante,
todos vivos y todos muertos.

El herrero sin nombre y apellido odio su don y su poder,
miro el techo sin poder encontrar el cielo para implorar perdón por complacerlo,
al tiempo que observo el suelo sin poder encontrar el infierno y repudiarlo por tal petición,
entonces miro la cruz y deposito en ella una ultima esperanza.

La esperanza de los que ya no tienen fe la llamo,
junto a esa ultima esperanza se fue el ultimo latir del herrero ahora decadente,
el manjar entonces estuvo listo para ser probado
la delicia entonces estuvo lista para deleitar el mas fino de los paladares.

El herrero convertido en escultor dejo caer la cabeza para que se levantara la cruz,
y dijo:”Que la esperanza de los sin fe algún día te destruya”
el ser sin voz hablo y los presentes fueron condenados al escuchar el milagro,
fueron entonces los primeros panes en ser untados.

Ellos entre la luz y las sombras sonrieron,
enceguecidos por sus poderes contemplaron como niños contemplan un nuevo juguete,
extraídos de si mismos, absorbidos por lo que ellos mismos prohibieron,
así la cruz en el limite fue plantada, y sus raíces jamás, por siglos, arrancadas.


vampiroscuro
19/01/07

La Cruz de Oro - Cap. III

0 comentarios

La Cruz de Oro
Capitulo III: Testigo

En las tierras altas la santa y el pecador han sido condenados,
sus rostros pálidos por la falta de vida descansan inertes,
a lo lejos parecen dos formas ya muertas que se preparan a nacer,
contemplándose, admirándose, idolatrándose.

La musa entre las espinas de metal se desase para el deleite de su amante,
su amante encadenado a los azotes del justiciero salpica gotas inmortales en regalo a su doncella,
enajenados al dolor, idos y perturbados por el otro,
deseando solo que todo acabe para poder estar juntos, pero solo acabará con sus cuerpos muertos.

Nosotros solo observamos, somos testigos mudos de los dioses,
asombrados por la escena en millones de años jamás vista,
dos gusanos jugando a ser mariposas
dos moribundos jugando a ser señores.

Los pezones del ángel se endurecen como una rosa que se duerme a la noche,
al tiempo que su cuerpo entero se llena de pequeñas contracciones,
su espalda se encurva como una babosa al sol,
pero lenta, suave y delicada ante el dolor que se cala por sus venas.

Su rostro se mueve sutil y lento de un lado a otro,
mientras que los ojos los sostiene fijos y atentos al espectáculo que brinda su amante,
en sus labios ya no hay fuerzas,
y los susurros parecieran perderse sin poder llegar a su destino.

El demonio pareciera morder su lengua y contener los nervios del rostro,
todo su cuerpo se retuerce por si solo con cada marca que dejan los látigos.

Las nubes estremecen sobre la Cruz de Oro conteniendo sus lágrimas,
por ahora solo se permiten refrescar los azotes con una cálida brisa.

Los dedos parecen despojos de algún cuervo dejo allí olvidados,
y el negro de sus alas pareciera desteñirse con la sangre que las cubre,
no creo en su garganta allá mas que cuajos de sangre pudriéndose,
es fuerte, pero no lo suficiente para los azotes descontrolados de un condenador.

En sus muñecas están las marcas y tres agujeros que calan a ver sus venas,
las cadenas celestiales han hecho, al parecer, bien su trabajo,
la mueca en forma de grito de su cuello estremece nuestras miradas,
parece una animal deforme y herido que se revuelca desesperado para alcanzar a la manada.

El espectáculo es solo digno para lo que guardan sus corazones,
han hecho llorar al cielo y al infierno, a la vida y a la muerte.

Sus almas se rehúsan a quemarse y sus ojos ahora brillan ante el brillo de la luna,
¿Se podrá levantar el demonio y cortar las alas de su ángel para escapar a donde nadie jamás ha ido?

Solo me queda inclinarme como un sirviente ante su rey,
¿Ella tendrá la fuerza para besar sus labios y beber su sangre oscura?
Mis lágrimas también acompañan su dolor,
¿Tendrás demonio la fuerza para en los confines del universo luchar herido una vez mas por tu ángel moribunda?

La lluvia cae...
Que el universo se apiade de sus almas...


vampiroscuro
16/01/07